Revisas tus redes sociales mientras caminas y de pronto estás cuatro cuadras adelante del lugar a dónde tenías que llegar. Escribes en la computadora con luz del día y cuando pones punto final es de noche (y no por el cambio de horario). Te sientas frente a la tele con una bolsa de cacahuates (o galletas, depende de lo que te guste) y antes de que cambie la primera escena te las acabaste. Platicas con los que eran tus “sobrinitos simpáticos” y resulta que ahora están enormes y hermosos… ¿En qué momento pasó todo?
El ritmo acelerado de vida al que estamos acostumbrados nos mantiene en automático, yendo de un lugar a otro y haciendo una cosa tras otra sin cesar. ¿Hasta cuándo vas a desacelerar, estar presente y sólo ser? ¿Es necesario un evento trágico para que lo decidas?
Te invito a que realices alguna actividad de tu día al doble de tiempo del que estás acostumbrado y agudices los sentidos en ella. Algunos ejemplos son:
- Si te tardas un minuto en lavarte los dientes, tárdate dos, percibiendo el agua, la temperatura y el sabor de la pasta.
- Si vas a algún lugar y planeaste 10 minutos de recorrido, ocupa 20 para observar los árboles y edificios, la luz y sus reflejos y en general las formas de la calle.
- Si vas a comer algún snack, hazlo con lentitud y presencia, masticando y saboreando cada bocado.
- Si platicas con alguien, míralo a los ojos y escucha sin anticipar tu respuesta / consejo / juicio.
Date el regalo de hacer una actividad al día con toda tu atención, calma y afecto. Te aseguro que vas a redescubrir cosas que dabas por sentado y a encontrar otras nuevas que no habías observado (y tal vez ni imaginado).
Tómate tu tiempo y cuéntame cómo te fue a la página de lotos azules teatro en facebook o a [email protected]. Con gusto te respondo.
Nos leemos en 15. Te mando un abrazo lento y afectuoso.
Comparte en tus redes sociales. 😉 Gracias.
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